Reseña de Ricardo Adalia Martín sobre Pornograffiti. Cuerpo y disidencia, de Jorge Fernández Gonzalo, publicada en Miradas de Cine
Cuerpo, cuerpo y cuerpo,
como un mantra: ¿Qué crítico de cine que se precie no lo ha utilizado de manera
recurrente en alguno de sus textos? Sin duda, el cuerpo desde hace bastante
tiempo ocupa una figura central tanto en el cine y su crítica, como en el arte
contemporáneo y cualquier discurso cultural que intente ser moderno. Pero
hablar de cuerpo también es hablar de otras muchas cosas, como feminismo,
teoría de género, de sujetos cosificados, de máquinas deseantes y, cómo no, de
pornografía, puesto que es la única forma audiovisual donde puede mostrarse en
su íntima desnudez sin partir, en un principio, de una determinación política,
social o cultural. Pero, ¿estamos seguros de qué hablamos cuando utilizamos
algunas de estas palabras? Sin duda, hoy impera cierto grado de confusión
en su uso porque el cuerpo ya no es el mismo que cuando se inventaron todos
esos vocablos. Ahora aparece en un contexto tan diferente como mutable, donde
ya no es sometido por ninguna forma de poder, por ninguna sociedad
disciplinaria. Habita en el tiempo del selfie y del diario
íntimo público (Instagram, facebook, etc). Es decir, ahora aparece emancipado,
y capaz de escribirse a sí mismo.
Pornograffiti, entonces, surge como un término tan nuevo como
complejo para intentar poner un poco de orden en este tiempo de exhibición
somática en el que nos movemos. La palabra ha sido acuñada por Jorge Fernández
Gonzalo, uno de los escritores españoles más interesantes del momento y de un
futuro no muy lejano. A sus 33 años ya ha sido finalista del premio Anagrama de
Ensayo con Filosofía zombi (2011. Trabajo que creo bastante
complementario al que nos ocupa) y ganador del premio Hiperión de poesía joven
con Una hoja de almendro (2004). Su invención organiza toda la
reflexión de este ensayo, haciéndola funcionar como un «dispositivo multilineal
con el que conectar ideas, disponer de estrategias de análisis, acumular
referencias, saberes, contrastar signos y prácticas en relación la escritura,
la desnudez, el cuerpo, la imagen y el poder».
Como se puede imaginar, Pornograffiti. Cuerpo y disidencia, no es un libro de cine, pero aparece para alumbrar
este panorama en el que utilizamos ese cuerpo de manera tan recurrente, y para
ofrecer un punto de apoyo sobre el que mirar las imágenes. Sobre todo hoy,
cuando los discursos alrededor del cine aparecen sobradamente desgastados,
cuando no son más que un mero recuento de películas que se suceden o que se
viven, día tras día, semana tras semana. Sin duda, la crítica (y cualquier
analista) de cine tiene muy poco que decir respecto a la imagen contemporánea,
y para entender de qué va todo esto de la imagen (algo mucho más grande e
importante que las películas) se hace indispensable acudir a disciplinas muy
alejadas de este arte en particular y del audiovisual en general, a tenor de lo
que se publica en este país “sobre cine”.
Pornograffiti es un libro de filosofía que parte de la
pregunta “¿Qué es la pornografía?” para trazar una arqueología de la relación
que mantiene el cuerpo con las imágenes. Pero no se trata de un libro que
pretenda hacer un mero recuento de cada “estado de la cuestión”, sino que trata
de valorizarla, ponerla a la altura de cualquier forma cultural del siglo XXI,
y estudiar su mecanismo para, además, plantear desafíos tan complejos como
interesantes. El capítulo titulado “Pedagogía pornográfica” me parece que es el
que podría interesar en mayor medida al “cine”, además de ser sumamente
relevante para comenzar a pensar (de nuevo) las imágenes que vemos.
Trascendiendo la idea de las películas para adultos o de metáforas más o
menos recurrentes, el porno es presentado como «una máquina de actualización
constante de lo visible». Una maquinaria visual, porque ya no hay forma de
localizarla como tal, después de que se haya permeado a cualquier técnica o
manifestación de lo visual. Después del porno se ha conformado una imagen que
se ha impuesto sobre los lenguajes, disolviendo los signos, solapándose como un
forma de no-lenguaje que pugna contra todo discurso que dictamina de lógica de
lo que entendíamos como verdad de las imágenes. «Las imágenes se ponen en
relación con aquello que una formación discursiva es capaz de asimilar.
Conforma lo exterior que se adentra en los discursos, un afuera traumático que
sobreviene a las palabras». Sin duda, con herramientas como estas hubiera sido
más fácil acercarse a películas como Adiós al lenguaje (Adieu
au langage, Jean-Luc Godard, 2014).
Este trabajo de Jorge
Fernández Gonzalo, editado por Libros de Itaca, está repleto de sugerencias tan
potentes como esta. Os invito a adentraros en esta particular ceremonia del
porno donde tratan de encontrarse cuerpo, lenguajes, representaciones y
diferentes tecnologías de subjetivación.