Reseña publicado por Adrián Bernal en el diario Diagonal.
“Yo también, a los veinte años, creía tener recuerdos”. Rafael Ángel Jorge
Julián Barrett y Álvarez de Toledo llega a América del Sur en 1903, intentando
dejar atrás la memoria y con ella el peso de tantos nombres y apellidos. Hijo
de un adinerado matrimonio hispano-británico, había nacido veintisiete años
antes en Torrelavega; morirá siete años después en un sanatorio, en Francia,
víctima de la tuberculosis. Tras abandonar Madrid –tratando de escapar de los
escándalos y peleas en los que se ve constantemente envuelto– llega a Buenos
Aires, pero no hay olvido para él en la ciudad porteña. Allí su condición de
dandi arruinado y una antigua descalificación en un duelo provocan igualmente
el rechazo de la buena sociedad argentina, lo que se traduce en más duelos y
enfrentamientos. En una huida hacia delante recala en Paraguay, donde cubre
como corresponsal la revolución liberal de 1904, en pos de “la bala que me
mate”. Sin embargo, hallará otra cosa, tal vez lo que andaba buscando: “Todo
aquí es nuevo, empezando por los hombres. Nación sin viejos, sin recuerdos
casi”.
Aunque era un Estado joven, lo cierto es que Paraguay había perdido los
recuerdos, junto con gran parte de su población, apenas unas décadas atrás: la
Guerra Grande –un conflicto por el territorio con Brasil, Argentina y Uruguay–
significó un verdadero desastre demográfico para el país; una masacre que
algunos autores no han dudado en calificar de genocidio. En “este pequeño
jardín desolado” que, como él, lo había perdido todo, o casi, encuentra Barrett
la esperanza. “La vida es un arma”, dirá en un artículo de Germinal, el
periódico libertario que funda en Asunción. La vida es un arma, en su caso una
que dispara palabras. En 1907 le diagnostican tuberculosis y sus escritos se
vuelven, si cabe, más urgentes, más certeros: chispas para comenzar el fuego “y
esperar sin temblar la marea humana, la marea salvaje que abandonará sobre la
playa el botín del futuro”.
En el prólogo de Y el muerto nadó tres días Francisco Corral define la
biografía de Rafael Barrett como “la crónica brillante de un fracaso”. Contemporáneo
de los noventayochistas, recorre el camino inverso al de muchos compañeros de
generación que cambiarán el radicalismo político de juventud por posturas
conservadoras. Barrett, a quien la enfermedad no permitirá envejecer, pasa en
cambio, en muy poco tiempo, de ser un estudiante prometedor y pendenciero, un
burgués bohemio y calavera, a descubrir la dignidad en el pequeño país
americano: en los campesinos, en los obreros, en los desheredados. Como comenta
Corral: “Esta transformación corresponde exactamente al tránsito que va de un
rebelde a un revolucionario”. El periodismo y la literatura será –a pesar de la
falta de reconocimiento; a pesar de las represalias y el exilio– la forma que tome
su lucha, la manera de enfrentarse a la violencia del sistema: “Lanzado a un
siglo donde todo es comercio se obstinaba en no comerciar. [...] Pero, ¿tenía
talento? Sus continuos fracasos le daban a pensar que sí”.
Los cuentos de Barrett parten de la estética y temáticas modernistas para
ir un paso más allá: se mueven en una difusa frontera entre el romanticismo
imperante en el XIX y un anticipo del existencialismo del XX; una mirada que
anuncia también los derroteros de la literatura latinoamericana, de “esa luz
rasante y al mismo tiempo nebulosa” que el escritor paraguayo Augusto Roa
Bastos llamó “la realidad que delira”. El propio Rafael parece un personaje
sacado de un libro de Valle-Inclán –aunque Valle-Inclán también parece un
personaje sacado de un libro de Valle-Inclán–: el preso anarquista de Luces de
Bohemia o uno de los revolucionarios de Tirano Banderas. En 1908, tras el golpe
militar de Albino Jara, es deportado a causa de sus continuas críticas y
denuncias, primero a Brasil y después a Uruguay. No tardará, sin embargo, en
regresar a Paraguay, donde permanece hasta 1910. En septiembre de ese año
embarca rumbo a Francia para seguir un tratamiento contra la tuberculosis.
Muere en diciembre, con 34 años, en la localidad de Arcachon. Sólo publica en
vida Moralidades actuales —una recopilación de artículos periodísticos–,
aunque deja listo para su edición póstuma El dolor paraguayo.
Por las páginas de Y el muerto nadó tres días deambulan, dialogan, combaten
poetas malditos y burócratas grandilocuentes; pobres hermosos y ricos
miserables; emperadores aterrados por el aullido de la dinamita y conspiradores
contra lo viejo. La vida contra la muerte, la desesperación del capitalismo
contra la esperanza. Barrett, que se sabe sin futuro, “en eterno coloquio con
la sombra que me invade”, escribe para el futuro de otros, y lo hace abrazando,
en un mismo gesto, la ternura y la rabia. “Todo es digno de amor o de odio. Así
debió ser la aurora del mundo”.