A tumba abierta, de Oriol Romaní
“El Botas” y un relato
de vida
José Ramón Martín
Largo – La República Cultural.es
Decía Oriol Romaní en el
prólogo original que escribió para este libro que es muy de temer que la
historia de “el Botas” pueda dar pie a sesudos análisis de antropólogos,
psicólogos, lingüistas y demás fauna intelectual. Y lo decía con motivo, pues
la primera edición de A tumba abierta, aparecida allá por 1983, dio
lugar a diversos estudios académicos en el campo de las ciencias sociales y en
el de la educación, así como a alguno en el de la lingüística, a lo que habría
que añadir parte del argumento de una pieza teatral e incluso un bar rockero
que todavía subsiste en la Calle de la Fe, en el barrio madrileño de Lavapiés.
De todo ello nos informa Romaní en el nuevo prólogo que ha escrito para la
reedición de A tumba abierta que ha publicado hace unas
semanas la editorial Libros de Itaca.
Además del nuevo prólogo,
esta edición incluye un texto a modo de epílogo en el que su autor continúa y
da fin a la historia de “el Botas”, personaje a estas alturas ya legendario que
murió como había vivido: acosado como suelen serlo los marginados y llevando
seguramente consigo uno de sus fenomenales globos, causado esta vez
no por el alcohol o por el cannabis, sino por la propia vida. A la embriaguez
bajo sus muchas formas, ya alabadas debidamente y descritas en su momento
(romántico) por Baudelaire y por Thomas de Quincey, suele asociarse en la
lengua, por la vía del argot, no sólo la idea del viaje, sino
también otras que son vecinas de las usadas para referirse al enamoramiento, y
por eso mismo a la pasión. “El Botas” fue de esos que viven su embriaguez como
los enamorados, de los que se beben y se fuman la vida con total dedicación,
con un romanticismo que es a la vez suicida y esteta; y como si ni antes, ni
durante ni después, hubiera nada.
Romaní andaba preparando
su tesis de doctorado en antropología cultural cuando se encontró con “el
Botas”. De ese encuentro, y de otros, sería producto su estudio Droga y
subcultura: una historia cultural del ‘hash’ en Barcelona. 1960-1980, obra
que inopinadamente se convirtió en el embrión de al menos dos líneas de
especialización de la antropología inéditas en España hasta ese momento, y a la
que sucederían otras dedicadas más específicamente al mundo de las drogas. El
personaje se le apareció como caído del cielo, o más bien del Instituto de
Reinserción de la capital catalana: “un hombre”, dice, “ya maduro y
bastante castigado por la vida”. Tras unos primeros tanteos, separados en
el tiempo porque “el Botas” estaba casi siempre en la cárcel, pudieron reunirse
con más asiduidad en el último trimestre de 1981, siendo entonces, en los bares
del Barrio Chino, entre cervezas y porros, cuando tuvieron lugar las
entrevistas de las que surgió este libro.
No se trata, sin embargo,
de entrevistas en sentido estricto. Los “relatos de vida”, tal como los
entienden antropólogos y etnógrafos, no son más, ni menos, que “la vida tal
como la persona que la ha vivido la recuerda y la explica”. La definición
general puede adquirir un distinto matiz según sea la intención del
investigador, de lo que resultará que el relato de vida se constituye en
indagación personal “que nos permite dar una cierta profundidad histórica a
las situaciones que estamos etnografiando; que nos deja leer una historia
social a través de una biografía; o que es, en fin, el lugar en el que se
produce el cruce, fundamental para una visión crítica de las ciencias sociales,
entre biografía e historia”. A estas cuestiones metodológicas dedica un
apunte Romaní en el epílogo al libro que comentamos, un apunte que será
ilustrativo para el lego en la materia, y el cual incluye también una útil
reflexión acerca de los paradójicos y ambiguos vínculos que se establecen entre
investigador e investigado, unos vínculos que en este caso se prolongaron más
allá del trabajo propiamente dicho. Se advierte, pues, que el relato de vida
recogido aquí se inscribe en el relato marco determinado por la relación entre
el narrador y su oyente. La historia del primero no tiene necesariamente por
qué ser veraz, ni la escucha del segundo puede ser neutral. Para el lector
común el relato de “el Botas” es una novela, inscrita a su vez en la novela en
la que el librepensador se encuentra con el marginado, el convicto.
Romaní grabó el relato
oral en una cinta de cassette y más tarde (con la
correspondiente resaca) trató de dar al mismo un orden cronológico que
facilitara su lectura. En la transcripción fue lo más fiel posible al habla de
“el Botas”, respetando sus incorrecciones gramaticales y sus atentados contra
el lenguaje. El habla de éste, como no podía ser de otra manera, es suma y
expresión de su asendereada existencia de grifota en la segunda mitad del siglo
pasado, “desde los comienzos de su vida en pleno corazón del Barrio Chino
barcelonés hasta que a mediados de los años sesenta vuelve a su ciudad, pasando
por correccionales, cárceles, milis varias, robos, vida
errante, la Legión, el trapicheo permanente, el motín en un barco, los campos
de trabajos forzados, la huida y la vida fugitiva en Marruecos, los consejos de
guerra, etc., etc.” Si inevitablemente debiera darse un orden a la vida de
“el Botas” en el mismo podrían contemplarse dos etapas y una constante. Una
primera etapa marcada por su reclutamiento como legionario; y una segunda,
signada por los nuevos aires de los años sesenta, en la que adopta la forma de jipi primero
en Suecia y después en Holanda, y, de nuevo, en Barcelona. La constante, por
supuesto, es alguno de los múltiples derivados de esa planta extraordinaria que
es el cannabis: el hachís, el costo, el chocolate, la mandanga, el polen, el
consumado, el jay, la manduca, o, más corrientemente cuando “el Botas” inició
sus aventuras, la grifa.
Nuestro personaje era un
excelente cuentista tan cargado de inventiva como de humor, humor amargo en
muchas ocasiones que evoca el de la literatura picaresca, y por el que, como en
ésta, pasa un desfile costumbrista de héroes secundarios y villanos, entre ellos
el típico sargento mandón e hijoputa, la adolescente de buena familia
totalmente colgada y aterrizada no se sabe cómo en Ámsterdam, o la sueca
encontrada en un garito de Barcelona con la que el protagonista acaba
casándose. A lo que hay que añadir el retrato variopinto de camellos,
legionarios, ladrones de poca monta, policías y jipis. No ha sido
nunca nuestra literatura, desde el tremendismo de postguerra, muy proclive a
aventurarse con honestidad en estos bajos fondos, y si existe algún personaje
literario que habría podido tropezar con “el Botas” en alguna de sus andanzas
éste sería posiblemente el Pijoaparte de aquellas Últimas tardes con
Teresa de Juan Marsé. En la memoria de más de uno, sin embargo,
quedará el ahora ya poco grato recuerdo de aquellos tiempos y su gente, sobre
los que a no tardar mucho habrían de abalanzarse los jinetes apocalípticos de
la heroína y el SIDA.
Como corresponde a todo
testimonio de una vida, éste también lo es de un lugar y de una época, o más
bien de dos: el de una España mísera y miserable y, en contrapunto, el de la
por entonces deseada Europa norteña y su Welfare State. El
contraste mayor, sin embargo, más allá de los lugares y tiempos, es el que se
manifiesta socialmente, tanto en España como en Suecia, en esa mezcla de
jóvenes universitarios, burgueses y falsamente rebeldes, con un miembro
ejemplar y seductor de las clases marginadas. Para ambos la aventura se vive
como desclasamiento, pero si al final del trayecto se encuentra el lumpen éste
no es lo mismo para unos y para el otro. Pues sucede que si aquéllos pasaban
por el descenso social como por un juego (aunque peligroso), para “el Botas”
era la vida real.
“Nací el 25 de julio
del 37. Mi padre era de la CNT. En aquella época, en el 37, era de la CNT, ¿no?
y mi madre era una chiquilla de un pueblo… pero el padre de mi madre era un
borracho y mi madre estaba loca por casarse, pa salirse de su padre, de su
abuelo y de su padre, ¿no?, y ya está… entonces nos vinimos a Barcelona”.
Responsable de que este
relato de vida haya llegado hasta nosotros es Oriol Romaní, antropólogo y
profesor en la Universidad de Tarragona. Fue uno de los fundadores de la
primera asociación de usuarios de cannabis en España, y desde hace tiempo forma
parte del Grup Igia, promotor del debate social acerca de la legislación
relacionada con las drogas. De ello fue producto el volumen colectivo Repensar las drogas (Grup Igia, 1989), y Las
drogas. Sueños y razones (Ariel, 2004). En ellos ha analizado la “construcción
social del problema de la droga”, es decir, los distintos procesos
socioeconómicos, culturales y políticos que han llevado a “las desastrosas
consecuencias que, tanto para la salud pública como para la salud democrática
de los pueblos, han tenido las políticas de drogas dominantes en los últimos
cuarenta años”. Su extensa obra ha aparecido en publicaciones
especializadas y abarca un amplio territorio interdisciplinar en el campo de la
práctica de la etnografía urbana y en el de la antropología de la medicina.
Con motivo de la
presentación del último libro mencionado más arriba Romaní conoció a Sandra, la
hija de Miguel, “El Botas”. Y escribe: “Me quedé muy tranquilo de haberla
conocido, de saber que ‘el Botas’ había dejado en este mundo una hija
tan estupenda y que el círculo se había cerrado”.