KAFKA EN EL TRANVÍA - Por Juan Bonilla
Crítica aparecida en www.elmundo.es en la sección Biblioteca en Llamas (12.06.2014)
«Gracias a que periódicos y revistas tenían la costumbre de publicar cuentos
en sus páginas literarias, en los años cincuenta se produjo en España un
indudable auge del género a pesar de las miserias editoriales de la época. Se
diría que al cuento, como género, le van bien los extremos: en la
pobreza, como la España de los 50, porque la precariedad hacía difícil la
publicación de novelas y quedaba la salida de los periódicos y las revistas y
si había suerte se podía luego reunir las mejores piezas en un volumen. Y en
la riqueza, como en los Estados Unidos de todo el siglo XX, porque es un
género con suficiente fuerza como para generar un mercado independiente.
Evidentemente se publicaron decenas de cuentos malos o insignificantes,
pero también es verdad que ahí se creó el caldo de cultivo que permitió
desarrollarse a una de las más importantes generaciones de narradores
españoles, tal vez la más destacada en lo que al género se refiere. Conste que
la facilidad para publicar no es siempre indicativo de una mejora del género:
en los años 10 y 20 se publicaron cientos, miles de relatos largos o novelas
breves dado el éxito de publicaciones como El Cuento Semanal, Los
Contemporáneos o La Novela de Hoy, y eso no
significó que la narrativa en español viviera una época dorada (aunque
también es verdad que algunas obras importantes aparecieron en esas
publicaciones, San Manuel Bueno, de Unamuno por poner un solo
ejemplo). Los autores de los 50 tenían dificultades, y muchas, para reunir sus
relatos en un libro, que era la meta que todos perseguían. Y algunos, por
suerte para todos nosotros lo consiguieron, y ahí están Espera de
tercera clase y El corazón y otros frutos amargos de
Ignacio Aldecoa o Cuentos con algún amor de Medardo Fraile o La
gran temporada de Fernando Quiñones -que tuvo que ganar dos premios
para publicar sus primeros libros de relatos, el mencionado, que obtuvo
el premio La Nación en Buenos Aires, y el Premio de la
Vendimia de Jerez que le permitió publicar Cinco historias del vino.
Otros autores inevitables de esa promoción son Carmen Martín Gaite, que se
estrenó en 1957 con El Balneario, y Juan Benet, que publicó
en 1961 Nunca llegarás a nada.
De todos los cuentistas de esa época siempre he sentido predilección por
Daniel Sueiro. Quizá tenga que ver con el hecho de que fue el primer autor que
me hizo sentir emoción con un texto, un relato titulado El día en que
subió y subió la marea, que estaba en un libro que nos regaló
la Caja de Ahorros a los que concursamos en un certamen de redacciones.
Fernando Valls apunta que es un relato que deberían leer en todos los colegios
de España: completamente de acuerdo. Lo dice en la introducción minuciosa que
le ha puesto a La Carpa y otros cuentos recién editado por
Libros de Itaca. Es una antología de relatos y novelas breves de Sueiro que
comienza con estas palabras: "En el mundo mercantilizado que padecemos,
una gran mayoría de los buenos libros no poseen más actualidad que el instante,
al andar a remolque de modas o tendencias que se dicen globalizadas. Pero,
además, nunca hasta ahora el lector y el escritor habían tenido
menos interés y conciencia por la historia y la tradición literaria,
por su propia tradición, sobre todo la de su lengua y literatura que, en
esencia, ha gestado su identidad, al margen de lo múltiple o híbrida que sea
hoy día".
Pero, cumpliendo con uno de los requisitos más ejemplares de cualquier
gestión cultural, Libros de Itaca, que ha publicado también una
antología de Rafael Barrett, sabe que la actualidad se inventa. Y trata de
poner de actualidad a Sueiro colocándolo de nuevo en las mesas de novedades. Es
una gran noticia, porque cualquiera que se asome por sus cuentos se dará cuenta
de que los mejores entre estos tienen la característica primordial de cualquier
texto que haya sabido vencer a su tiempo: parecerá escrito ayer mismo.
Sueiro, autor de unas cuantas novelas y cinco tomos de relatos, progresó
desde un neorrealismo con notables dosis de humor y ternura a un
expresionismo irónico (según expresión del editor del volumen) con
cierta tendencia a lo kafkiano sin que dejara de imprimir en sus cuentos un no
sé qué personal e intransferible, aquello que hoy nos permite reconocer
claramente su voz y su mundo. Algunas de sus cimas son piezas inevitables de nuestra
narrativa breve, por ejemplo el descacharrante y genial Mi asiento en
el tranvía, del que Valls hace una lectura muy inteligente en su
introducción, desplegando posibilidades no siempre destacadas cuando se ha
analizado ese cuento. El relato lo protagoniza un joven que deja pasar varios
tranvías porque no hay asientos libres y cuando consigue un asiento cruza la
ciudad soportado las miradas aleccionadoras o terribles de ciudadanos que
consideran de muy mala educación que un joven aparentemente sano le esté
quitando el asiento a una anciana o una mujer embarazada o alguien que bien
pudiera necesitarlo más que él. Pero ese asiento es su única
pertenencia, su única propiedad momentánea. El relato es delicioso y,
a su través, retrata de manera muy sutil un enfrentamiento generacional entre
los que ganaron la guerra "y han hecho lo que han querido con el
país" y los jóvenes desolados. Igualmente excelente es Al fondo del pozo,
en el que retrata un día de cobro en una Administración a la que mensualmente
tienen que ir los escritores que colaboran con los medios del régimen. Es un
relato en clave (en el que aparece un insoportablemente cursi y lascivo
González Ruano), lo cual no merma su carga de profundidad, salpicada
con el genuino humor de Sueiro.
"Elaborar la realidad", así definió Sueiro su oficio en una
entrevista. A veces, esa realidad elaborada nace de la tarea de escarbar en una
cotidianeidad en la que el narrador trata de alcanzar un no sé qué
metafísico, casi absurdo, el sinsentido de existir en medio de los barrotes de
los días laborables. Ocurre en una de las obras maestras aquí recogidas, El
hombre que esperaba una llamada, en la que esa llamada que se espera parece
al principio versar sobre un asunto vulgar, hasta que, por obra y gracia de una
prosa insistente y precisa, va creciendo y convirtiéndose en un monstruo
simbólico: no queda muy lejos de este cuento un Beckett o un Kafka.
A pesar de que no puede decirse que Sueiro no tuviera suerte editorial
después de muerto -pues Alianza publicó en una buena edición sus cuentos
completos y Menoscuarto reedito hace unas temporadas el más acabado de sus
libros, Los conspiradores- se diría que no ha ejercido la evidente
influencia que otras firmas de su generación han ejercido en autores de ahora
(pienso sobre todo en Medardo Fraile). Creo que las razones pueden ser muchas
pero una de las más penosas sería también la más evidente: no se le ha leído,
apenas ha suscitado curiosidad. Ahora, una nueva editorial brinda una ocasión
magnífica para volver o para descubrir a Daniel Sueiro,uno de los nombres
más modernos y verdaderamente indispensables de nuestro relato».