KAFKA EN EL TRANVÍA - Por Juan Bonilla
Crítica aparecida en www.elmundo.es en la sección Biblioteca en Llamas (12.06.2014)
«Gracias a que periódicos y revistas tenían la costumbre de publicar cuentos
en sus páginas literarias, en los años cincuenta se produjo en España un
indudable auge del género a pesar de las miserias editoriales de la época. Se
diría que al cuento, como género, le van bien los extremos: en la
pobreza, como la España de los 50, porque la precariedad hacía difícil la
publicación de novelas y quedaba la salida de los periódicos y las revistas y
si había suerte se podía luego reunir las mejores piezas en un volumen. Y en
la riqueza, como en los Estados Unidos de todo el siglo XX, porque es un
género con suficiente fuerza como para generar un mercado independiente.


Pero, cumpliendo con uno de los requisitos más ejemplares de cualquier
gestión cultural, Libros de Itaca, que ha publicado también una
antología de Rafael Barrett, sabe que la actualidad se inventa. Y trata de
poner de actualidad a Sueiro colocándolo de nuevo en las mesas de novedades. Es
una gran noticia, porque cualquiera que se asome por sus cuentos se dará cuenta
de que los mejores entre estos tienen la característica primordial de cualquier
texto que haya sabido vencer a su tiempo: parecerá escrito ayer mismo.
Sueiro, autor de unas cuantas novelas y cinco tomos de relatos, progresó
desde un neorrealismo con notables dosis de humor y ternura a un
expresionismo irónico (según expresión del editor del volumen) con
cierta tendencia a lo kafkiano sin que dejara de imprimir en sus cuentos un no
sé qué personal e intransferible, aquello que hoy nos permite reconocer
claramente su voz y su mundo. Algunas de sus cimas son piezas inevitables de nuestra
narrativa breve, por ejemplo el descacharrante y genial Mi asiento en
el tranvía, del que Valls hace una lectura muy inteligente en su
introducción, desplegando posibilidades no siempre destacadas cuando se ha
analizado ese cuento. El relato lo protagoniza un joven que deja pasar varios
tranvías porque no hay asientos libres y cuando consigue un asiento cruza la
ciudad soportado las miradas aleccionadoras o terribles de ciudadanos que
consideran de muy mala educación que un joven aparentemente sano le esté
quitando el asiento a una anciana o una mujer embarazada o alguien que bien
pudiera necesitarlo más que él. Pero ese asiento es su única
pertenencia, su única propiedad momentánea. El relato es delicioso y,
a su través, retrata de manera muy sutil un enfrentamiento generacional entre
los que ganaron la guerra "y han hecho lo que han querido con el
país" y los jóvenes desolados. Igualmente excelente es Al fondo del pozo,
en el que retrata un día de cobro en una Administración a la que mensualmente
tienen que ir los escritores que colaboran con los medios del régimen. Es un
relato en clave (en el que aparece un insoportablemente cursi y lascivo
González Ruano), lo cual no merma su carga de profundidad, salpicada
con el genuino humor de Sueiro.
"Elaborar la realidad", así definió Sueiro su oficio en una
entrevista. A veces, esa realidad elaborada nace de la tarea de escarbar en una
cotidianeidad en la que el narrador trata de alcanzar un no sé qué
metafísico, casi absurdo, el sinsentido de existir en medio de los barrotes de
los días laborables. Ocurre en una de las obras maestras aquí recogidas, El
hombre que esperaba una llamada, en la que esa llamada que se espera parece
al principio versar sobre un asunto vulgar, hasta que, por obra y gracia de una
prosa insistente y precisa, va creciendo y convirtiéndose en un monstruo
simbólico: no queda muy lejos de este cuento un Beckett o un Kafka.
A pesar de que no puede decirse que Sueiro no tuviera suerte editorial
después de muerto -pues Alianza publicó en una buena edición sus cuentos
completos y Menoscuarto reedito hace unas temporadas el más acabado de sus
libros, Los conspiradores- se diría que no ha ejercido la evidente
influencia que otras firmas de su generación han ejercido en autores de ahora
(pienso sobre todo en Medardo Fraile). Creo que las razones pueden ser muchas
pero una de las más penosas sería también la más evidente: no se le ha leído,
apenas ha suscitado curiosidad. Ahora, una nueva editorial brinda una ocasión
magnífica para volver o para descubrir a Daniel Sueiro,uno de los nombres
más modernos y verdaderamente indispensables de nuestro relato».